Los toreros Marroquín y Luna
en la lucha de Independencia
Alberto Santos Flores.
Entre los diversos aspectos de la vida de don Miguel Hidalgo y Costilla se cuenta que tuvo el coraje para iniciar la lucha armada cuando los otros conjurados vacilaban, siguió su decidida presencia en acciones encaminadas a la abolición de la esclavitud, y de los tributos y alcabalas que agobiaban a las castas y a los indios. Esto nos revela al líder social en toda su grandeza espiritual. Otros actos nos muestran al caudillo en su más terrena humanidad. Uno casi desconocido es que fue aficionado a la fiesta de los toros y ganadero de reses bravas.
Hidalgo era de carácter alegre, comunicativo y muy afecto a reuniones, bailes, días de campo y toda clase de diversiones, según afirman sus biógrafos. A las reuniones que hacía en su curato asistían lo mismo ricos que pobres, españoles e indios, y era consultado siempre que se trataba de hacer fiestas en los pueblos en las que formaban parte indispensable las corridas de toros. Mostró su afición a las mismas, igual que el capitán Ignacio Allende.
Se recordará que en una famosa corrida que tuvo lugar en San Luis Potosí con motivo de la inauguración del Santuario de Guadalupe, cuya primera misa ofició Hidalgo, compartió palco con Félix María Calleja del Rey, después el más acérrimo de sus enemigos. Hidalgo era propietario de tres haciendas: Jaripeo, Santa Rosa y San Nicolás ubicadas en el distrito de Irimbo, hoy estado de Michoacán, criando ganado de lidia en la primera.
Consta en los “Apuntes históricos de la Ciudad de Dolores Hidalgo”, de Pedro González, que dos días antes que el cura lanzara el grito de independencia, tanto él como Allende y Aldama organizaron una corrida de toros en la plaza de la población. Los toros eran de la hacienda del Rincón y en esa corrida Allende toreó infatigablemente y luego luchó con uno de los bureles en medio del entusiasmo de los concurrentes.
Es lógico suponer que andando en negocios de festejos taurinos y en la venta de ganado bravo hubiera tenido trato con José Manuel Luna y Agustín Marroquín, ambos de origen español y toreros. El primero torero profesional, de a caballo, intervino en corridas efectuadas en el paseo de Bucareli y en varias plazas del virreinato a finales del siglo XVIII y primera década del XIX. Iniciada la lucha de Independencia se incorpora a la filas de los insurgentes al mando directo de Juan Aldama. Lucas Alamán en su “Historia de México” narra como Luna captura en Acámbaro al coronel Diego García Conde, al intendente Manuel Merino y a Diego Rul. El primero muy allegado al virrey Venegas, en una carta dirigida a él narra el episodio de su captura. Al mencionar al torero Luna dice lo siguiente: “… dos leguas después de haber pasado por Acámbaro vimos venir como doscientos hombres de a caballo, nos apeamos de los coches prontamente... Teniendo en una mano una pistola y desenvainando parte del sable… hice que todos los demás se pusieran atrás de mi y apuntando la pistola al torero Luna que venía capitaneando a su gente, le mandé hacer alto... preguntándole qué quería y a quién buscaba; pero a una seña que hizo a los indios... empezaron a llover piedras tiradas con hondas sobre nosotros y al querer sortear una..., me ganó Luna la acción por detrás dándome una lanzada en la cabeza que me tiró redondo en el suelo sin sentido. Cuando volví en mi me encontraba todo chorreado de sangre y rodeado de gente a pie y a caballo”.
Al terminar la lucha y capturar a los españoles, las carrozas fueron llevadas a Acámbaro y se confiscó el cargamento de oro y plata que llevaban; esto ocurrió el 7 de octubre de 1810 y liberados el 7 noviembre en Aculco a consecuencia de la batalla ganada por los realistas. Luna gozaba de la confianza de los jefes insurgentes, principalmente de Aldama, por lo que le encomendaron otras misiones. Tiempo después se puso a las órdenes del general Mier y Terán e hizo preso a Juan Nepomuceno Rossains, segundo comandante militar de Morelos apodado “Palma del Terror” por su excesos. No se sabe qué fin tuvo ni cuando pereció este torero; probablemente en algunas de las desastrosas batallas contra los realistas.
Marroquín, también de origen español, llegó a la Nueva España en 1803 como criado del virrey Iturrigaray. Fue despedido y se hizo tahúr y llegó cobrar cierta fama como torero (es de suponer que en su patria ejerció el oficio). Tiempo después se convirtió en bandolero. Por un robo que hizo en México salió huyendo de la capital logrando mantenerse oculto por un tiempo con la ayuda de un amigo, quien lo escondió en Guadalajara. Lo aprehendieron y recibió la pena infamante de doscientos azotes, permaneciendo preso cinco años en cuyo tiempo acumuló odio y venganza contra los españoles. Al entrar Hidalgo a la capital tapatía en noviembre de 1810, puso en libertad al torero Marroquín y le dio el grado de capitán, y ante la junta de oficiales lo declaró libre de toda culpa, puso en sus manos las charreteras y le exigió juramento de fidelidad. Desde ese día se unió al cura Hidalgo.
Entonces fue cuando se hizo de la terrible leyenda de asesino despiadado con que ha pasado a la historia. Se le encargó cobrar venganza en los españoles que aprehendieron los insurgentes en Guadalajara. Marroquín obedeció las órdenes: sacaba por grupos a los prisioneros cubriéndose con el manto y el silencio de la noche y así el resentido diestro degolló y mató a estoque y puntilla a más de setecientas personas entre españoles y criollos en la Barranca de Oblatos, negra mancha en la gloriosa vida pública de Miguel Hidalgo que sus enemigos han arrojado como un baldón a su memoria.
Marroquín siguió a Hidalgo en su retirada hacia el norte después de la derrota sufrida en la batalla del Puente Calderón, en Jalisco. Finalmente, el 21 de marzo de 1811, el torero es aprehendido en Acatita de Baján, en Castaños, Coahuila, junto con los principales caudillos y fusilado en Chihuahua el 10 de mayo de 1811, con el grado de Coronel.
Extraño caso la historia de los dos toreros que, nacidos en España, figuraran en las filas de la insurrección. Tipos bizarros que de la noche a la mañana cambian el estoque por la espada de combate y pelean en contra de sus propios paisanos uniéndose a la causa de los insurgentes. Seguramente esto se debió a la afinidad y trato que tenían con los héroes independentistas en torno a la fiesta brava.
En la espuerta: El diputado Francisco Tobías quiere abolir las corridas de toros al igual que su compañero de bancada, el mimético Manuel Villegas, que en mayo pasado firmaron un acuerdo en que se declara a la tauromaquia como patrimonio cultural de México.
Lo que impresiona de estos personajes es la incongruencia que tienen sus ideas con sus hechos, lo cierto es que lo único que cosecharon con sus posturas y declaraciones fue agregarle un sector más de enemigos gratuitos al grupo gobernante, ya que por querer perjudicar a una persona se llevan entre las patas a toda la afición taurina que aunque sea una minoría en relación al total de la población, debe de respetarse si vivimos una democracia verdadera en que los gobiernos de mayoría también gobiernan para las minorías. “El necio que provoca la ira sacará contienda” (proverbios 30-33)
Al respecto, recomiendo a estos diputados priistas que representan a “nuestra” nueva clase política que lean el discurso que pronunció en el Congreso Constitu-yente de 1917 en Querétaro el saltillense Dr. y General don José María Rodríguez respecto a la prohibición de las corridas de toros. Por no contar con espacio suficiente voy a transcribir algunas líneas:
“Señores diputados: Dejad a vuestros conciudadanos el derecho de divertirse como mejor les parezca sin perjuicio de los demás, que goce y viva como guste y se divierta sin afectar a la comunidad esa es la verdadera libertad, señores no pretendan que los hombres deban divertirse como a vosotros parezca, respetad el derecho de todos si quieren que todos respeten el vuestro”.
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